Supongo que muchos de ustedes no juegan regularmente a la ruleta y, si lo hacen, apuestan cantidades moderadas porque saben que si juegan demasiado acabarán perdiendo mucho. Pero, ¿qué harían si el gobierno decidiera devolverles el dinero cada vez que no sale el número apostado? Si me permiten, yo les recomendaría que se fueran corriendo al Banc Sabadell, pidieran un crédito de millones de euros y se fueran directos al casino: cuando los números les salieran de cara, se forrarían y cuando no, el gobierno se lo devolvería todo. Naturalmente, ese programa tendría dos consecuencias. La primera es que nos convertiría a todos en jugadores patológicos. Y la segunda, que en pocas semanas el gobierno se quedaría sin un euro.
Absurdo, ¿no? Pues eso es precisamente lo que proponen algunos políticos norteamericanos para salir de la incipiente crisis financiera. La historia empezó hace cinco años cuando, al ver que los tipos de interés eran anormalmente bajos, algunos financieros listos vieron una oportunidad de negocio en las familias consideradas “peligrosas”. Es decir, familias poco solventes, con rentas bajas o con un historial de impagos catalogados como “clientes de baja calidad” (o, en inglés, “subprime”). Al no haber competencia de los bancos normales ya que no quieren tener nada que ver con esos clientes peligrosos, los nuevos financieros podrían concederles créditos hipotecarios a un tipo de interés elevado. El negocio consistía en pedir dinero a los bancos normales a tipos bajos y prestar a clientes peligrosos a tipos altos.
Para hacer más atractivo el paquete, ofrecían programas de repago con cuotas muy bajas durante cinco años. En realidad, era como si inicialmente dieran tipos de interés subsidiado, un subsidio que pensaban cobrar con creces a partir del quinto año.
Pues bien. Estamos hoy en el quinto año, las cuotas han subido y, como era de esperar, una parte de esas familias “peligrosas” no han podido afrontar sus pagos y los financieros se han visto obligados a quedarse con sus casas. El problema es que los precios de esas casas han bajado y los tipos de interés han subido con lo que esos financieros se han quedado sin negocio y con una enorme cartera de viviendas que no pueden vender. Muchos de ellos, amenazados de quiebra, están despidiendo a sus trabajadores, cerrando locales y reduciendo dramáticamente sus actividades. Es la llamada “crisis de los créditos subprime”.
Como siempre que ocurren crisis de este tipo, ya han aparecido los políticos que reclaman la intervención del gobierno y de la Reserva Federal para que facilite dinero barato a esas empresas con el objetivo de evitar que se vayan al garete. Eso sería un error: una de las bases del sistema financiero es que los beneficios elevados se consiguen sólo si uno asume riesgo. Es decir, el retorno es el premio para quien se arriesga a ganar mucho… o perder mucho. Y los financieros sabían que recibían un interés más elevado de lo normal, única y exclusivamente porque estaban prestando a clientes “peligrosos”. Si la cosa hubiera salido bien, ellos se hubieran quedado el dinero. Ahora que ha salido mal son ellos, y no los contribuyentes, los que deben pagar las consecuencias. Salvarlos ahora de la ruina tendría los mismos resultados que el programa de devolver el dinero a quien juega a la ruleta y pierde: aparte de malversar recursos públicos, aparecerían muchos nuevos financieros con ganas de especular con riesgos excesivos porque sabrían que, en caso de que las cosas salieran mal, el gobierno les salvaría el trasero.
Todo esto no quiere decir que el gobierno no deba intervenir. Lo debe hacer en dos áreas distintas. Primera, si la crisis se contagia al resto de la economía, entonces y sólo entonces, deberá bajar los tipos de interés. Pero no como una cosa especial, sino siguiendo las mismas reglas que utilizaría la crisis hubiera sido causada por un aumento de los precios del petróleo, un ataque terrorista o una recesión en China. Segundo, el gobierno debe asegurarse que las familias no fueron engañadas con el anzuelo de intereses subsidiados al principio seguido de intereses usureros a partir del quinto año. Si las familias sabían y entendían lo que estaban haciendo, no hay problema. Pero si fueron inducidas al engaño, los timadores deben ser perseguidos. Y para impedir que futuros financieros abusen de los clientes siguiendo esa estrategia, el estado podría aprobar una ley que permitiera a cualquier cliente devolver el resto de la hipoteca en cualquier momento y sin penalización. De este modo, si un financiero decide subsidiar los intereses durante cinco años, allá él: los clientes aceptarán encantados ese regalo porque, llegado el quinto año, podrán pedir otro préstamo a tipos normales y devolver el dinero al usurero con lo que éste se quedará sin negocio.
Dicho esto, lo que no debería hacer el gobierno es imponer regulaciones y barreras que impidan la aparición de nuevos empresarios financieros que se arriesguen e innoven. Al fin y al cabo, aunque todo esto acabe en una crisis, el episodio del crédito “subprime” ha permitido que millones de familias pobres pudieran comprar casas. Y, de hecho, el 97% de ellas ha resultado ser lo suficientemente solvente para devolver el dinero e impedir que eso pueda volver a suceder sería un error. Ahora bien, el gobierno debe dejar claro que, como diría el gran filósofo e inventor de la técnica de la obviedad con mensaje profundo, Johan Cruyff: cuando se gana, se gana, y cuando se pierde… se pierde.
Xavier Sala i Martí
La Vanguardia, 17-09-2007
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